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@HistoriaDMiAlma

¡Estoy aquí para siempre, para siempre...!


En la mañana del 9 de abril de 1888, tras «una última mirada a los Buissonnets», Teresita asiste con los suyos a la misa de siete en el Carmelo. Y luego, el desgarramiento de la separación, el último beso a su familia, y sobre todo a su anciano padre, que la bendice entre lágrimas. La comunidad se encuentra reunida a la puerta del monasterio para recibir a la postulante. El superior, Sr. Delatroëtte sólo tiene, como palabras de bienvenida, un breve discurso glacial. La descortés amonestación no quebranta el ánimo de Teresa. Con paso firme, franquea el umbral de la clausura.

El monasterio, situado al fondo de una depresión insalubre, en las proximidades del Orbiquet, cuenta apenas con cincuenta años de existencia. Teresa conocía tan sólo las inmediaciones del mismo. Ahora lo descubre por dentro. Y se sorprende agradablemente: «Todo me parecía maravilloso». Alrededor del coro, verdadero eje de la vida monástica, una veintena de celdas y los principales lugares conventuales forman un cuadrilátero de ladrillos rojos, de proporciones armoniosas. Completa el conjunto una huerta, a la que da su encanto una avenida de castaños que bordea un pequeño campo de heno: «el prado».

Santa Teresita es conducida a su celda. En esta habitación de paredes enyesadas hay justamente lo necesario: la cama, un simple jergón sobre una tarima, y unos muebles rudimentarios. Ni agua, ni electricidad, ni calefacción. Ni tampoco horizontes: a tres metros, el tejado de pizarra de un edificio anexo, que sin embargo no impide que entre el sol durante toda la tarde. Allí se experimenta algo así como una sensación de soledad y de paz: «Me creía transportada a un desierto. Nuestra celdita, sobre todo, me encantaba». Teresita vivirá en ella por lo menos cinco años. Allí escribirá sus cartas, sentada en un banquito, con un atril portátil sobre las rodillas, y por las noches a la luz de una lámpara de gasolina.

La postulante no viste hábito, sino sólo una esclavina encima de su largo vestido azul de jovencita, y el clásico gorrito.

Hace seis años que Teresita conoce a la mayor parte de las carmelitas que viven en este monasterio. Está, en primer lugar, «su madre querida», a la que en adelante llamará «nuestra Madre». Durante los primeros meses, Santa Teresita tendrá que controlarse para no caer en un afecto alienante hacia ella. Cuando la llevaron al coro, por la mañana, nada más al entrar, pudo captar la mirada de bondad de la madre Genoveva, la fundadora, una santa bondadosa y humilde de corazón.

En el noviciado, es recibida por sor María de los Angeles, religiosa de cuarenta y tres años, «el tipo acabado de las primitivas carmelitas». La maestra tiene ya otras tres novicias a su cargo: sor María Filomena, de cuarenta y ocho años; sor María del Sagrado Corazón, hermana carnal y madrina de Teresita, de veintiocho años de edad; y sor Marta de Jesús, de veintitrés años, postulante conversa, huérfana, de inteligencia mediocre y de modales toscos, que pondrá a prueba con frecuencia la paciencia de su nueva compañera.

Sor Teresita del Niño Jesús aborda su vocación sin hacerse ilusiones de ninguna clase. Salvo pequeñas diferencias, marcadas por el ritmo de las estaciones, seguirá siempre el mismo horario desde el 1º de enero hasta el 31 de diciembre. Su trabajo se reduce a tareas sin brillo: arreglar la ropería, barrer un claustro, una escalera y un pasillo, y un poco de trabajo en la huerta como ejercicio físico. Todos los días, sor María de los Angeles reúne a las novicias para explicarles la Regla, las Constituciones y las costumbres de la Orden. La maestra declarará más tarde: «Sor Teresa del Niño Jesús tenía tal intuición de la virtud y de la perfección religiosas, que, por así decirlo, bastaba con instruirla (sobre ello) para que las llevase a la práctica con perfección».

Referencia de la Nota:

Obras Completas de Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz (de acuerdo a los Manuscritos originales, Textos y últimas palabras).

Primera Edición

(Este libro es fruto de los trabajos de la «Edición del Centenario» - 1971-1992 -, edición crítica llevada a cabo por un equipo formado por sor Cecilia, del Carmelo de Lisieux, Mons. Guy Gaucher, O.C.D., Obispo Auxiliar de Bayeux y Lisieux, sor Genoveva, o.p., del monasterio de Clairefontaine (fallecida en 1981) y Jacques Lonchampt, con la colaboración del P. Bernard Bro, o.p., y de Jeanne Lonchampt.)


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