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Mi Espiritualidad

La Sonrisa de la Virgen

Durante meses sufrió de dolores de cabeza y alucinaciones. Toda su familia estaba desesperada pensando que la muerte podría llegarle pronto. Su padre mandó incluso oficiar varias misas por su curación en el santuario de Nuestra Señora de las Victorias en París. El 13 de mayo de 1883, el día de Pentecostés, Luis Martin, Leonie, Celina y María, que permanecen junto a la cama de Teresa, se sienten impotentes para poder aliviarla, se arrodillan a los pies de la cama y se dirigen a una imagen de la Virgen.

 

Más adelante, Teresa contaría: "Al no encontrar ayuda en la tierra, la pobre Teresa también se vuelca hacia su madre del cielo, orando con todo su corazón para que finalmente tenga misericordia de ella...". En ese momento Teresa se siente abrumada por la belleza de la Virgen, y especialmente por su sonrisa: “La Santísima Virgen me ha sonreído. ¡Qué feliz soy!".

 

En ese momento, la paciente se estabiliza delante de sus hermanas y su padre que están atónitos. Al día siguiente, todos los rastros de la enfermedad desaparecen, excepto dos pequeñas alertas en los siguientes meses.

 

Teresa aún esta frágil, pero no va a sufrir en el futuro de ninguna nueva manifestación de estos trastornos.

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La Sonrisa de la Virgen

La conversión en la Navidad de 1886

Uno de los episodios más recordados en su vida fue el de la gran conversión de la Navidad de 1886. Al llegar de la misa de Nochebuena junto con su padre y su hermana Celina, como era costumbre, corría para ver los zapatitos que ella dejaba allí para Papá Noel y descubrirlos llenos de juguetes pero los encontró vacíos. Su padre le dijo que subiese a cambiarse para cenar y algo fastidiado le dijo a Celine: Afortunadamente este es el último año en que suceden estas cosas.

 

Ella explica el misterio de esta maravillosa conversión en sus escritos. Hablando de Jesús decía: "Esa noche fue cuando Él se hizo débil y sufriente por mi amor, y me hizo fuerte y valiente." Luego descubre la alegría de olvidarse de sí misma y añade: “Sentí, en una palabra, que la caridad entraba en mi corazón, la necesidad de que me olvide de buscar agradar, y desde entonces yo fui feliz."

 

De repente, queda libre de los defectos e imperfecciones de su infancia, como su tremenda sensibilidad. Con esta gracia del Niño Jesús, que nacía esa noche, encontró "la fortaleza que había perdido" cuando su madre murió.

 

Muchas cosas van a cambiar después de esta Nochebuena de 1886, a la que ella llama la "noche de mi conversión" y escribió: "Desde esa noche bendita, ya no fui derrotada en ningún combate, en lugar de eso fui de victoria en victoria y comencé, por así decirlo, una carrera de gigantes."

Chimenea donde Santa Teresita colgaba su

La adopción de su "primer hijo"

Oí hablar de un gran criminal que acababa de ser condenado a muerte por unos crímenes horribles. Todo hacía pensar que moriría impenitente. Yo quise evitar a toda costa que cayese en el infierno, y para conseguirlo empleé todos los medios imaginables.

 

Sabiendo que por mí misma no podía nada, ofrecí a Dios todos los méritos infinitos de Nuestro Señor y los tesoros de la santa Iglesia; y por último, le pedí a Celina que encargase una Misa por mis intenciones, no atreviéndome a encargarla yo misma por miedo a verme obligada a confesar que era por Pranzini, el gran criminal.

 

Tampoco quería decírselo a Celina, pero me hizo tan tiernas y tan apremiantes preguntas, que acabé por confiarle mi secreto. Lejos de burlarse de mí, me pidió que la dejara ayudarme a convertir a mi pecador.  Yo acepté, agradecida, pues hubiese querido que todas las criaturas se unieran a mí para implorar gracia para el culpable.

 

En el fondo de mi corazón yo tenía la plena seguridad de que nuestros deseos serían escuchados. Pero para animarme a seguir rezando por los pecadores, le dije a Dios que estaba completamente segura de que perdonaría al pobre infeliz de Pranzini, y que lo creería aunque no se confesase ni diese muestra alguna de arrepentimiento, tanta confianza tenía en la misericordia infinita de Jesús; pero que, simplemente para mi consuelo, le pedía tan sólo «una señal» de arrepentimiento...

Mi oración fue escuchada al pie de la letra. A pesar de que papá nos había prohibido leer periódicos, no creí desobedecerle leyendo los pasajes que hablaban de Pranzini. Al día siguiente de su ejecución, cayó en mis manos el periódico «La Croix». Lo abrí apresuradamente, ¿y qué fue lo que vi...?  Las lágrimas traicionaron mi emoción y tuve que esconderme... Pranzini no se había confesado, había subido al cadalso, y se disponía a meter la cabeza en el lúgubre agujero, cuando de repente, tocado por una súbita inspiración, se volvió, cogió el crucifijo que le presentaba el sacerdote ¡y besó por tres veces sus llagas sagradas...! Después su alma voló a recibir la sentencia misericordiosa de Aquel que dijo que habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por los noventa y nueve justos que no necesitan convertirse...

 

Había obtenido «la señal» pedida, y esta señal era la fiel reproducción delas gracias que Jesús me había concedido para inclinarme a rezar por los pecadores. ¿No se había despertado en mi corazón la sed de almas precisamente ante las llagas de Jesús, al ver gotear su sangre divina? Yo quería darles a beber esa sangre inmaculada que los purificaría de sus manchas, ¡¡¡y los labios de «mi primer hijo» fueron a posarse precisamente sobre esas llagas sagradas...!!! ¡Qué respuesta de inefable dulzura...!

 

A partir de esta gracia sin igual, mi deseo de salvar almas fue creciendo de día en día. Me parecía oír a Jesús decirme como a la Samaritana: « ¡Dame de beber!»

 

Era un verdadero intercambio de amor: yo daba a las almas la sangre de Jesús, y a Jesús le ofrecía esas mismas almas refrescadas por su rocío divino. Así me parecía que aplacaba su sed. Y cuanto más le deba de beber, más crecía la sed de mi pobre alma, y esta sed ardiente que él me daba era la bebida más deliciosa de su amor...”

Mi Caminito Espiritual

 

Teresa entró en el Carmelo con el deseo de convertirse en una gran santa. Pero a finales de 1894 después de seis años reconoce que este objetivo es imposible de alcanzar. Ella piensa que todavía tiene muchas imperfecciones y carece del carisma de Teresa de Jesús, Pablo de Tarso y muchos otros. Sigue siendo muy pequeña y esta aun muy lejos del gran amor que le gustaría practicar.

 

Ella entiende que es en esta misma pequeñez en la que puede confiar para pedir la ayuda de Dios

La pequeñez de Teresa, sus limitaciones se convierten en alegría, más que en desaliento. Porque es allí donde se realiza el amor misericordioso de Dios para con ella. En sus manuscritos lo describe como el descubrimiento del "caminito". En febrero de 1895 empezara a firmar sus cartas añadiendo regularmente "pequeña" antes de su nombre. Desde ese momento, Teresa utiliza el vocabulario de la pequeñez para recordar su deseo de una vida oculta y discreta. Ahora también lo utiliza para expresar su esperanza: cuanto más se sienta pequeña ante Dios, más se podrá contar con él.

 << Usted, Madre (se dirige a la Priora Madre María de Gonzaga), sabe bien que yo siempre he deseado ser santa. Pero, ¡ay!, cuando me comparo con los santos, siempre constato que entre ellos y yo existe la misma diferencia que entre una montaña cuya cumbre se pierde en el cielo y el oscuro grano que los caminantes pisan al andar. Pero en vez de desanimarme, me he dicho a mí misma: Dios no puede inspirar deseos irrealizables; por lo tanto, a pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad. Agrandarme es imposible; tendré que soportarme tal cual soy, con todas mis imperfecciones, pero quiero buscar la forma de ir al cielo por un caminito muy recto y muy corto, por un caminito totalmente nuevo.

¿Qué caminito quiere pues enseñar a las almas?

El Caminito de la infancia espiritual, el caminito de la confianza y el abandono total. Quiero indicarles los medios sencillos y fáciles que a mí me han dado resultado tan excelente y decirles que tan solo una cosa debe hacerse acá abajo: ¡Obsequiar a Jesús con las flores de los pequeños sacrificios, ganarle con caricias! ¡Así es como yo le he conquistado; por eso seré bien recibida! Si con mi caminito de amor las indujese a errar, no teman que se los deje seguir por mucho tiempo. Pronto me aparecería para decirles que tomen otro camino; pero si no vuelvo, crean en la verdad de mis palabras: Jamás se tiene demasiada confianza en Dios, tan potente y misericordioso. ¡Se obtiene de Él todo cuanto de Él se espera! >>

Se trata de un camino a lo largo del cual se halla uno penetrado del sentido del abandono confiado en la misericordia divina, que hace liviano incluso el más riguroso compromiso espiritual. (De la homilía de San Juan Pablo II de la Celebración de Proclamación de Santa Teresita del Niño Jesús como Dra. de la Iglesia).

Caminito espiritual

Mi ofrenda de Amor

El 9 de junio de 1895, en la fiesta de la Santísima Trinidad, Teresita tiene una inspiración repentina sobre ofrecerse a sí misma como víctima de holocausto al "amor misericordioso." Su intención era la de sufrir, a la imagen de Cristo y en unión con él, para reparar las ofensas contra Dios y ofrecer las penitencias que no hacían los pecadores.

 

De esta manera, 11 de junio, se ofrece al amor misericordioso de Dios para recibir de Dios ese amor que le falta para completar todo lo que quiere hacer: "Oh, Dios mío! Santísima Trinidad, deseo amarte y hacerte amar, trabajar para la glorificación de la Santa Iglesia salvando las almas. Deseo cumplir perfectamente tu voluntad y alcanzar el grade de gloria que me has preparado en tu reino celestial. En resumen: deseo ser santa, pero conozco mi impotencia y mi debilidad, y te pido Dios mío, que tú mismo seas mi santidad”.

 

Unos días más tarde, cuando rezaba el viacrucis, ella es inflamada con un intenso amor por el buen Dios: “Yo estaba quemándome de amor y sentí en un minuto, ni un segundo más, que no podría aguantar más esto sin morir". Ella reconoce en esta experiencia, que es seguida rápidamente por la sensación de sequía espiritual, la confirmación de que su acto de ofrecimiento era aceptado por Dios.

 Da click en el siguiente enlace para que conozcas la Oración 6 << Acto de Ofrenda al Amor Misericordioso >> 

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Mi vocación el Amor

Ser tu esposa, Jesús, ser carmelita, ser por mi unión contigo madre de almas, debería bastarme, pero no es así... Ciertamente, estos tres privilegios son la esencia de mi vocación: carmelita, esposa y madre. Sin embargo, siento en mi interior otras vocaciones: siento la vocación de guerrero, de sacerdote, de apóstol, de doctor, de mártir, en una palabra, siento la necesidad, el deseo de realizar por ti, Jesús, las más heroicas hazañas. Siento en mi alma el valor de un cruzado, quisiera morir por la defensa de la Iglesia en un campo de batalla.

 

Siento en mí la vocación de sacerdote. ¡Con qué amor, Jesús, te llevaría en mis manos cuando, al conjuro de mi voz, bajaras del cielo...! ¡Con qué amor te entregaría a las almas...! Pero, ¡ay!, aun deseando ser sacerdote, admiro y envidio la humildad de san Francisco de Asís y siento en mí la vocación de imitarle renunciado a la sublime dignidad del sacerdocio.​

Jesús mío, ¿y tú qué responderás a todas mis locuras...? ¿Existe acaso un alma pequeña y más impotente que la mía...? Sin embargo, Señor, precisamente a causa de mi debilidad, tú has querido colmar mis pequeños deseos infantiles, y hoy quieres colmar otros deseos míos más grandes que el universo.

 

Como estos mis deseos me hacían sufrir durante la oración un verdadero martirio, abrí las cartas de San Pablo con el fin de buscar una respuesta. Y mis ojos se encontraron con los capítulos 12 y 13 de la primera carta a los Corintios. Leí en el primero que no todos pueden ser apóstoles, o profetas, o doctores, etc.; que la Iglesia está compuesta de diferentes miembros, y que el ojo no puede ser al mismo tiempo mano. La respuesta estaba clara, pero no colmaba mis deseos ni me daba la paz. Al igual que Magdalena, inclinándose sin cesar sobre la tumba vacía, acabó por encontrar lo que buscaba, así también yo, rebajándome hasta las profundidades de mi nada, subí tan alto que logré alcanzar mi intento.

 

Seguí leyendo, sin desanimarme, y esta frase me reconfortó: «Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino inigualable». Y el apóstol va explicando cómo los mejores carismas nada son sin el amor... Y que la caridad es ese camino inigualable que conduce a Dios con total seguridad.

La caridad me dio la clave de mi vocación. Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto de diferentes miembros, no podía faltarle el más necesario, el más noble de todos ellos. Comprendí que la Iglesia tenía un corazón, y que ese corazón estaba ardiendo de amor. Comprendí que sólo el amor podía hacer actuar a los miembros de la Iglesia; que si el amor llegaba a apagarse, los apóstoles ya no anunciarían el Evangelio y los mártires se negarían a derramar su sangre.

Comprendí que el amor encerraba en sí todas las vocaciones, que el amor lo era todo, que el amor abarcaba todos los tiempos y lugares, en una palabra, ¡que el amor es eterno...!

 

Entonces, al borde de mi alegría delirante, exclamé: ¡Jesús, amor mío, al fin he encontrado mi vocación! ¡MI VOCACIÓN ES EL AMOR ! Sí, he encontrado mi puesto en la Iglesia, y ese puesto, Dios mío, eres tú quien me lo ha dado.

 

En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor... Así lo seré todo... ¡¡¡Así mi sueño se verá hecho realidad...!!!

 

 

 

 

 

 

 

Ser Misionera

Santa Teresita pone en práctica en toda plenitud precisamente el mandamiento y vocación del amor con su deseo de ser misionera y así lo expresa:

 

Quisiera recorrer la tierra predicando tu nombre y plantando, Amado mío, en tierra infiel tu gloriosa cruz. Más no me bastaría una sola misión pues desearía poder anunciar a un tiempo tu Evangelio en todas las partes del mundo, hasta en las más lejanas islas. Quisiera ser misionera, no solo durante algunos años, sino haberlo sido desde la creación del mundo y continuar siéndolo hasta la consumación de los siglos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Mi doctrina

La Doctrina de Teresa es ante todo una pedagogía de la santidad en medio de la vida cotidiana. Su enseñanza es un estímulo para buscar la santidad, incluyendo a los cristianos que dudan de su capacidad para responder a esta llamada apoyándose en la afirmación de que solo los que se ven así mismo como niños pobres e indefensos totalmente necesitados del padre Dios, son los dignos del Reino de los cielos.

En su búsqueda de la santidad, ella creía que no era necesario llevar a cabo actos heroicos, o grandes obras, con el fin de alcanzar la santidad y para expresar su amor a Dios. Ella escribió: “El amor en sí se demuestra con hechos, así que ¿cómo yo hago para mostrar mi amor?, las grandes obras me son imposibles. La única manera en que puedo demostrar mi amor es por la dispersión de flores y estas flores son cada pequeño sacrificio, cada mirad, palabra, y el hacer las menores acciones por amor”.

En 1895, escribió: "Siempre siento la misma confianza audaz para convertirme en una gran santa, porque no dependo de mis méritos, ya que no tengo ninguno, solo espero que en aquel que es la virtud, incluso la santidad misma. Es sólo Él, contentándose de mis débiles esfuerzos, quien me va a levantar hacia Él mismo y, cubriéndome con sus infinitos méritos, podre ser santa".

El abandono en su espiritualidad y doctrina marca uno de los puntos esenciales para poder caminar por su caminito. Para Teresa de Lisieux el renunciar y abandonarse no significa vivir una continuidad de sufrimientos y penitencias extremas. Ella lo enseña como una disposición del corazón, que cuando ya ha renunciado a todo lo que le ata al mundo, a sus vanidades, preocupaciones y a al orgullo que nos lleva a pensar en que solos somos capaces de vivir y existir, es por fin libre de entregarse del todo al padre del cielo y depender únicamente de su voluntad. Es así pues el abandono fruto del ejercicio de la humildad, que ya mucho antes de ella también exponía San Francisco de Asís, y también el instrumento perfecto para cumplir lo dicho en el evangelio: El que quiera venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo (Mt. 16, 24). Escribiría al respecto:

“A veces, cuando leo tratados espirituales en la que se muestra la perfección con mil obstáculos, rodeado por una multitud de ilusiones, mi pobre mente rápidamente se cansa. Cierro el libro que está rompiéndome la cabeza y secando mi corazón, levanto la Sagrada Escritura. Entonces todo parece luminoso para mí; una sola palabra descubre para mi alma horizontes infinitos; la perfección parece simple; Veo que es suficiente reconocer la propia nada y abandonarse, como un niño, en los brazos de Dios. Dejando a las grandes almas, a las grandes mentes, los libros hermosos que no puedo entender, me alegra ser pequeña porque sólo los niños, y los que son como ellos, serán admitidos al banquete celestial”.

"No puedo temer a un Dios que se hizo tan pequeño por mí... Lo amo... Porque Él solo es amor y misericordia!"

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