Antes del viaje a Roma, yo no tenía especial devoción a esta santa, pero al visitar su casa, convertida en iglesia, y el lugar de su martirio, al saber que había sido proclamada reina de la armonía, no por su hermosa voz ni por su talento musical, sino en memoria del canto virginal que hizo oír a su Esposo celestial escondido en el fondo de su corazón, sentí por ella algo más que devoción: una auténtica ternura de amiga.
Se convirtió en mi santa predilecta, en mi confidente íntima. Todo en ella me fascina, sobre todo su abandono y su confianza sin límites, que la hicieron capaz de virginizar a unas almas que nunca habían deseado más alegrías que las de la vida presente.
Santa Cecilia se parece a la esposa del Cantar de los Cantares. Veo en ella «un coro en medio de un campo de batalla.» Su vida no fue más que un canto melodioso, aún en medio de las mayores pruebas, y no me extraña, pues «el Santo Evangelio reposaba sobre su corazón» y en su corazón reposaba el Esposo de las vírgenes.
Teníamos que llevarnos algún recuerdo de las catacumbas. Así que, dejando que se alejase un poco la procesión, Celina y yo nos trasladamos las dos juntas hasta el fondo del antiguo sepulcro de Santa Cecilia y cogimos un poco de la tierra santificada por su presencia.
Como tú, adorado Esposo mío, quisiera ser flagelada y crucificada
Quisiera morir desollada, como san Bartolomé
Quisiera ser sumergida como san Juan, en aceite hirviendo
Quisiera sufrir todos los suplicios infligidos a los mártires
Con santa Inés y santa Cecilia, quisiera presentar mi cuello a la espada, y
como Juana de Arco, mi hermana querida, quisiera susurrar tu nombre en la hoguera, Jesús.
Santa Teresita del Niño Jesús
Ref.: Historia de un Alma
Cap. VI - El viaje a Roma (Noviembre de 1887)
@HistoriaDMiAlma